jueves, 10 de julio de 2014

Me comeré mis palabras



Se los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce

como sentir aquella mirada inundadora.

Cuando se me alejaba, me despedí del día.
Todo era azul. Miguel Hernández



    Vender palabras no es fácil, siempre tenía más éxito el puesto de frutas pasionales o las bebidas amistosas. EL mercado se llenaba de gente los jueves por la mañana, se agolpaban en los tenderetes y se oía esa charla de vida. Pero el toldo del vendedor de palabras sólo recibía curiosos y algún poeta fiel con poco cash.
  Cada vez tenía menos dinero y más palabras. En un periodo de crisis emocional en el país decidió cultivar palabras amables, cordiales, hermosas, raras...Sembraba letras y las regaba con escucha atenta, fumigaba con antinsensibles y las mimaba. Sus campos de palabras eran hermosos, nunca vi unos versos tan medidos, tan bellos!, sus frutos eran tan apetitosos que daban ganar de coger la palabra dulzura y comerla a bocados. 
 Las cosechas de cada estación estaban cada año más sabrosas, las "Tardes de peli y manta" del invierno tenían un sabor a hogar increíble. En primavera se recogían "abriles" atractivos, en otoño :"Remember me", que era la planta más cara de cultivar y en verano las "despedidas" era la fruta más refrescante, te comías una y te saciaba durante horas la sed.
     Pero las palabras son caras, y la gente prefería gastarse dinero en algo menos profundo o nutritivo. EL vendedor veía pasar la gente con bolsas de flores de un día, de aves de paso...y se preguntaba cómo no querían comer palabras sanas, letras que calan hasta las entrañas y hacen crecer el alma.
    Así que para no tener tanto excedente de producto oral, no tuvo más remedio que comer sus propias palabras. En su dieta no había más que palabras cultivadas por si mismo, y aunque comía mucho cada vez perdía más peso. No entendía nada, cómo es que no paro de comer y cada vez adelgazo más?, se decía a si mismo.
    No tardo en encontrar la solución, las palabras de uno nutren a otros, sin embargo las propias palabras calan en uno mismo lo necesario para no morir de necio, pero realmente sólo podemos alimentarnos, crecer, vivir, compartiendo vocablos con otros.
     El ser humano necesita del vocabulario compartido, de la conversación de ellos, de escucharle a ELLA. Las palabras y las formas personales tienen que estar en continuo movimiento, uno no puede quedarse con sus palabras revoloteando en la cabeza. Nuestro cuerpo necesita expresar aquello que sentimos, con lo que vibramos y lo que nos hiere. Decirle al otro cómo nos sentimos cuando estamos cerca de él, llenará de vitalidad al oyente y hará crecer al emisor en valentía. Porque hay que ser muy valiente para no comerse las palabras y darlas gratuitamente.
       Así que nuestro vendedor, de un tiempo a esta parte, regala todos los jueves palabras hermosas. Los donativos que recibe son más poderosos que lo que cobró en años, así que si algún jueves pasáis por un mercadillo no olvidéis coger una palabra bella y darle "la voluntad" y un "gracias".

 Queridos buscadores, un beso.
B.

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